En el Antiguo Testamento el término hebreo Kadosch (santo) significaba estar separado de lo profano y dedicado al servicio de Dios. Por eso la santidad se ha identificado siempre con sacerdotes, religiosas, etc., personas dedicadas exclusivamente a Dios. La santidad que Dios quiere es diferente para cada uno de nosotros, ya que depende de su estado de vida y circunstancias que le rodean. La santidad es vivir humildemente para Dios. Sin embargo, asusta a la mayoría e, incluso, los cristianos la tememos. Lo que Dios pide es que nos hagamos disponibles para Cristo y le permitamos que Él viva su vida en y a través de nosotros dejando que actúe el Espíritu Santo y no obstaculizando la acción de la Gracia. La santidad no es privilegio de unos cuantos elegidos o de personas llamadas a consagrar su vida a Dios .Entre los santos están todos los bautizados de todos los tiempos que han buscado realizar con amor y fidelidad la voluntad divina. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad y es Dios quién nos llama a llevar una vida orientada por las verdades del Evangelio, con nuestro esfuerzo y con la Gracia de Dios. Por el Bautismo estamos llamados a la santidad cristiana, que está enraizada en la unión del cristiano con Cristo en un proceso que ahonda cada vez más en el Misterio de Cristo crucificado y resucitado por Amor. La santidad en el cristiano es obra de Jesús y empieza en los deberes diarios y en la familia. Con pequeños actos de amor en el matrimonio, el sacerdocio, la vida consagrada, en el trabajo, el descanso, el estudio....
Cada uno en su sitio, pero con la misma exigencia en el amor debemos buscar la santidad. Pero no es fácil porque no es una llamada a dejar el mundo, sino que ha de adquirirse en el lugar donde el cristiano vive, trabaja y se relaciona, y consiste en hacer lo que se debe hacer, con criterio cristiano, con espíritu de servicio y buscando la mayor gloria de Dios. Y ni la atención a la familia ni otros deberes deben apartarnos de ese camino, sino todo lo contrario ya que ahí debemos mostrar a Dios el amor que le tenemos. No tenemos que desanimarnos al ver nuestra pobreza, debilidades y fracasos, porque solos no podemos, pero con la ayuda de Dios sí. Tenemos que ser santos alegres. La vida de los santos, a pesar del sufrimiento, humillaciones y pruebas interiores, es una constante invitación a la alegría. Es la alegría del que sabe que está haciendo la voluntad de Dios. Y para este camino necesitamos una rica vida interior que cultive las virtudes y se apoye en tres pilares básicos: vida de piedad (oración y sacramentos), formación y acción.
Modelo de santidad: MARIA. Su camino no fue fácil y, sin embargo, su Fiat se corroboró durante toda su vida. María nos enseña la grandeza de la vida ordinaria y que la santidad no está basada en actos extraordinarios, sino en hacer extraordinario lo ordinario de cada momento. Que la Santísima Virgen nos ayude en nuestro camino hacia la santidad y en nuestra lucha diaria por alcanzar el fin que Dios ha pensado para cada uno de nosotros.
martes, 19 de octubre de 2010
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